Vocación y el sentido de la vida por José Manuel Prado Abularach

¿Existe la especie de los seres humanos?, esta interrogante nos lleva a pensar ¿somos seres vivos, como la “especie” de los camellos, los tulipanes, las margaritas o los murciélagos? ¿Nuestro comportamiento y las cualidades son las mismas en todos los seres humanos? Pensemos, cuando se nace, inmediatamente los padres le dan un nombre al niño o la niña, hay una identidad personal desde ese momento.


Al empezar a crecer se van despejando las cualidades personales, aptitudes, inteligencia, temores, motivaciones y sobre todo empieza aquello de lo que le gusta. Es un proceso de identificación personal, en el que ya no se es una persona más, sino alguien con nombre y apellido, único e irrepetible, y en la adolescencia empiezan a surgir la vocación sobre las cual la persona quiere hacer su vida.


El adolescente muestra sus intenciones sobre lo que quiere hacer más adelante, ya no es el niño que quiere ser bombero o policía (tengo un amigo que es arquitecto y bombero), tiene sueños que lo empujan a decidirse sobre lo que quiere ser en esta vida. Y más importante aún es el deseo de cambio que quiere para el mundo en que vive. De ello surge la importancia de la educación qué con el estudio y las tareas, empieza a desarrollar su intelecto y su capacidad de trabajar para cumplir sus obligaciones en la escuela, en la casa, con su equipo deportivo, etc.


La responsabilidad de los maestros y los padres de familia es enseñar a los jóvenes a amar el mundo en que viven, a amar la libertad, a vivir las virtudes de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, para hacer un mundo mejor. En este proceso las cualidades de la persona de ser únicos e irrepetibles se consolidan y se despierta aún más la vocación personal. En la vida de los niños, adolescentes y adultos, la espiritualidad cristiana, debe estar siempre presente para comprender el don de la vida que otorga Dios.


Lo dice muy bien el Papa Francisco: “Dios quiere algo de ti, Dios te espera a ti”, son palabras que deben resonar internamente no solo en los adolescentes, sino en los jóvenes y los mayores, por la vocación que cada uno debe forjarse y que nunca termina de formarse, somos personas inacabadas, que no debemos ser presas de materialismo, consumismo o ideologías que estén contra de la dignidad de la persona.


La dignidad que tiene cada persona es la que la hace sujeto de derechos y deberes, el derecho a la vida y el deber de trabajar, el derecho a la educación y el deber de estudiar, el derecho a la salud y el deber de luchar contra los vicios, el derecho a la libertad y el deber de tener responsabilidad, el derecho a ser generoso y el deber de reconocer las limitaciones personales, el derecho a seguir su vocación y el deber de actuar con justicia y ética en todas sus actuaciones.


La libertad de la persona, no es sólo elegir entre comer huevos o pan con queso, jugar futbol o correr 400 metros, es una decisión mucho más profunda, en el caso de la vocación, se trata de elegir que queremos ser, que sacrificios, servicios y tiempo estamos dispuestos a realizar para lograr nuestra meta, que generalmente implica “abrazar una misión, renunciando a todo lo demás”. En la libertad de elegir se condiciona toda la vida y muchas futuras elecciones. Esa elección establece su plan de vida, dará un sentido a su vida. Vista la vocación sobrenaturalmente, “la vocación es una invitación a mirar a Jesús, a dejarse mirar por Él, a compartir su vida, e intentar imitarle”.

Referencia: Algo grande y que sea amor, nuestro nombre. Lucas Buch.

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Ignacio EspañaComentario