De nuevo a las urnas por Olmedo España
Cada cuatro años en Guatemala, el Tribunal Electoral lanza la convocatoria para celebrar en el marco de la democracia política, el proceso electoral para elegir a todas las figuras que entre paréntesis, nos representarán.
Las opiniones que escucho, se relacionan a tipificar este proceso electoral como atípico. En realidad, no veo nada de tal caracterización, porque en esencia, al menos hasta las que se han celebrado, de unos años para acá, son exactamente similares. Solamente cambian algunos rostros y formas de hacer propaganda para ganar la venia de los incautos que aún creen en la veracidad de los procesos electorales. Quizás el agregado, sea la presencia de la administración de justicia para juzgar si es idóneo o no tal candidato para optar a un puesto de elección popular, dado que entre comillas, se ha puesto atención a la “honorabilidad”, a la “transparencia” y en otros casos, a cuentas por pagar, sean estas de orden penal, civil o constitucional. Y otro elemento, es la dispersión de las organizaciones de “izquierda” en la que cada uno de sus dirigentes supone que tiene la verdad. No han logrado estos sujetos, ponerse de acuerdo en una sola idea que los aglutine como una enorme fuerza contestataria viable para resolver el enorme drama social que vive el país. Ojalá que en el futuro se logre.
Las propuestas de los candidatos que hasta hoy he logrado conocer, tienen la particularidad que son generalistas. No sientan prioridades, porque según ellos, todo lo van a resolver. Craso error de ingenuidad o de exagerada picardía. Hay tantos problemas en el país, que sólo hablar de uno, nos bastaría un gran tiempo. Y resolverlo, casi un imposible.
El engaño y autoengaño, presentes en esta dinámica política, son malos consejeros en los procesos electorales, porque al final del período, la ciudadanía cobra y como no hay manera de explicar con veracidad y coherencia los que ya dejaron de ser gobernantes, son lamentable para ellos, marginados por la misma sociedad, tirados al ostracismo en su propio país. Viven aislados, solitarios, sin amigos, ni vecino que se digne saludarlos. Nadie los determina, a no ser para ser señalados como sujetos mentirosos y miles de epítetos que no viene al caso mencionar. Es el costo de hacer un mal gobierno a las espaldas del pueblo y en el cual, mientras gobernaron, se regodearon del placer que da la egolatría del poder, sin percatarse que el tiempo todo lo cobra.
He sido testigo del caminar de los candidatos. Se engolosinan. Se sumergen en burbujas en las que sólo escuchan los murmullos de los aduladores. De verdad, no escuchan cuando alguien les sugiere una idea coherente y con principio de realidad. Ideas con viabilidad. Ideas prioritarias que podrían contribuir a hacer respirar a la sociedad. A dar aliento de vida. Sus oídos están pegados con aquellos que comparten similitudes similares al fenómeno de las siamesas.
En fin, por más esfuerzos que hagan los candidatos, no convencen a fondo a las grandes mayorías. Pienso que sus votantes son aquellos sujetos que por razones diversas, menos por convicción de ideas, serán sus electores, dado que o bien son engañados, o buscan algo que cumpla sus expectativas de carácter individual. Por ello, la expresión concreta del altísimo porcentaje de los que no asisten a las urnas a consolidar lo que dicen “la democracia política”, es la comprensión que las elecciones hasta hoy, han sido empresas de carácter individual. No tiene el sentido de colectividad ciudadana. No hay ese entusiasmo que si lo hubo cuando se eligió al Doctor Juan José Arévalo y al Coronel Jacobo Arbenz Guzmán.
Esos hitos históricos, de carácter paradigmático, no se han logrado superar, porque la política entró en la fase de la mediocridad. No hay creatividad y no despiertan apego a quienes por más esfuerzo que hacen, no logran aglutinar a grandes conglomerados, a no ser los que llegan por un pedazo de pan, un refresco, una playera y la charanga de un conjunto musical.
Esa ausencia de vigorosidad de un discurso político coherente, con sentido de realidad y respeto a la dignidad humana, no se logra escuchar, a no ser algunas voces de líderes políticos de organizaciones pequeñas, que según mi modesto criterio, no lograrán alcanzar, lamentablemente, un buen número de electores que los catapulte hacia el poder. Escuchamos entonces a aquellos que pregonan palabras contra la corrupción, simplemente porque está de moda, pero que no les luce cuando lo expresan porque su pasado, está lleno de aquello contra lo que según sus discursos, afirman. Otros quieren acabar con la pobreza de un solo plumazo, sin explicar cómo lo lograran. Otros se atreven a hablar de educación y de los temas sustantivos, pero precisamente porque no conocen a fondo esta temática y problemática, y menos las vías de solución, sus palabras dejan un escozor de vacío. No se logra avizorar entonces el camino, porque no hay respuestas concretas que nos alumbren por donde va la procesión.
Paralelo a esto, contamos con un Tribunal Electoral, que de acuerdos a diversas opiniones vertidas con solidez y reportajes de los medios acerca de su proceder, pareciera que no dan credibilidad a pesar de que sus magistrados expresen que estas elecciones serán totalmente trasparentes. Esto, ni mi abuelita se los cree, porque ya hemos visto cosas de hoy y de ayer, que desdicen sus propias palabras. Por eso, estas elecciones no son atípicas, sino centralmente como siempre lo han sido después de la revolución del cuarenta y cuatro.