Juan Gregorio - Una densa noche oscura, Dios la puede convertir en un día de gloria

En el libro de Génesis capítulos 37 al 41:1-44, nos narra la historia de un joven que se llamaba José, hijo de Jacob; quien, por ser muy obediente con su padre, Jacob le amó más que a sus diez hermanos (Benjamín era el menor de los doce). Esta preferencia que tenía Jaco por su hijo José, causó una envidia enfermiza en sus hermanos. Lo odiaban y no le podían hablar pacíficamente. Este odio contra él se incrementó, cuando José tuvo dos sueños: 1. Soñó que él y sus hermanos ataban manojos (de trigo), y que el manojo de él se levantaba, y los once manojos de sus hermanos se inclinaban al manojo de él. 2. El sol, la luna y once estrellas se inclinaban hacia él. Sus hermanos, incluso su padre, lo interpretaron como que en el futuro, José iba a ser enaltecido, y que todos ellos iban a ser subalternos de él.

Allí comenzó el calvario de José. Todos sus hermanos (menos Benjamín) el menor, buscaron la manera de eliminarlo. En la primera oportunidad que tuvieron, no estando presente su padre, lo aventaron en una  noria vacía. Y, mientras el joven, que para entonces tenía 17 años, lanzaba gritos de angustia pidiendo que lo sacaran, sus hermanos se sentaron a comer tranquilos. Platicaban de matarlo, luego matar un cabrito, para manchar su túnica con la sangre del cabrito, para mostrársela a su padre, para que él creyera que una bestia lo había despedazado. Tan cínico  es el hombre cuando está lejos de Dios, completamente insensible ante los sufrimientos de otro, aun de un hermano. 

En eso estaban, cuando vieron una caravana de mercaderes que venía del oriente, y dijeron: “No lo matemos, vendámoslo a esos mercaderes. Lo vendieron por veinte piezas de plata.” El valor más bajo que se daba por un esclavo en ese tiempo.

Ya estando en el mercado de Egipto, se acercó un hombre llamado Potifar, capitán de la guaria personal de Faraón. Cuando vio a José, vio en él un buen mozo, y lo compró. Ya estando en casa de Potifar, se dio cuenta que todo lo que José hacía Dios lo prosperaba. Por tanto, lo puso como mayordomo de su casa. Todo iba bien, hasta que la esposa de Potifar, lo acusó de tratar de abusar de ella. De manera que Potifar, se vio obligado de encarcelarlo. Todos los sueños que había tenido en casa de su padre, se habían convertido en una pesadilla. Todo era sombrío para José. Las cosas iban de mal en peor. No se miraba una luz de esperanza para él.

Bueno, ¿y Dios donde estaba, se había olvidado de él, o, se había vuelto sordo a sus súplicas? A todos nos pasan cosas en la vida que no podemos entender. El malo prospera, mientras que  el justo sufre. Injustamente estaba sufriendo José por la maldad de sus hermanos.

Pero, José nunca se quejó delante de Dios, él tenía la certeza que algún día Dios lo sacaría de ese callejón sin salida. Todos los días se levantaba temprano de buen ánimo, saludando a sus compañeros presos que estaban en la misma condición, y también a su jefe.

Al fin, el día tan esperado llegó. El Faraón mandó a llama a José, porque había tenido dos sueños: el de las siete vacas gordas y de las siete vacas flacas; y el de las siete espigas hermosas y de las siete espigas enjutas. Y no hubo mago ni sabio en todo Egipto que se los pudiera interpretar. Ese mismo día llegó a oídos de Faraón, por medio de su copero,  que el prisionero José tenía el don de interpretar sueños. El Faraón contó los sueños a José, José se los interpretó puntualmente. Le dijo que eran siete años de abundancia en todo Egipto, y siete años de hambre. Hasta le aconsejó al rey qué debía de hacer  en los siete años de abundancia, para que en los siete años de sequía, su gobierno estuviera preparado para que el pueblo no muriera de hambre.

“No hay otro sabio como José” dijo el Faraón. “Tú serás el gobernador de todo Egipto. Solo yo seré mayor que tú en el trono.” Se quitó el anillo de su mano y lo puso en la mano de José; lo vistió de lino finísimo y le puso un collar de oro en su cuello. Luego lo subió en su segundo carro, y todo el pueblo comenzó a pregonar: “Doblad la rodilla delante de José.” ¿Se había olvidado Dios de José? No. Aunque toques fondo en tus sufrimientos, de allí te levantará Dios.

José es un tipo de nuestro Señor Jesucristo. Dice en el libro de Isaías capítulo 53 que, Jesús fue “despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto.” Sufrió insultos, golpes y azotes. Por último, lo colgaron en una cruz, y fue sepultado. Pero de allí lo levantó Dios, “y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11). 

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