Juan Callejas - Emergencia educativa

Para finalizar de mostrar la profunda preocupación de la iglesia cristiana – toda - en torno al estado de la educación y su rol institucional como parte de esa sociedad civil o intermedia que venimos hablando, se hace justo reconocer que desde hace ya varios años, Benedicto XVI ha venido avisando al mundo acerca de una situación que ya tiene consecuencias graves y que hará crisis en el futuro inmediato. Él lo ha llamado “emergencia educativa”.

He de anticipar, por aquellos que también merecen respeto en tanto sus criterios, divergentes quizás a los que aquí expongo, también gozan de valor para ponderar nuestra forma de pensar. En ningún momento abogo por volver a los tiempos cuando la Iglesia institucional y clericalmente, tenia bajo sus alas la educación y formación de nuestros niños, niñas y jóvenes. La evidencia empírica en esos tiempos, como en los actuales, tampoco alientan ese pensamiento. Son los padres de familia en su hogar los últimos responsables, por un lado, pero con el apoyo y guía de un clero o pastorado, comprometido teológicamente con el evangelio, en el caso de las corrientes cristianas.

En una carta enviada a los habitantes de la diócesis de Roma, el Papa Benedicto XVI se hacía intérprete de la preocupación de millones padres de familia, maestros, sacerdotes, religiosos y catequistas “por los fracasos que encuentran, con demasiada frecuencia, por formar personas sólidas, capaces de colaborar con los demás y de dar un sentido a la vida”. El enseñar a aprender y el aprender a vivir juntos, no es la tarea educativa que se esta logrando.

Así como el mundo se moviliza y se sensibiliza ante el drama ecológico y el uso del plástico y los materiales desechables de nuestra sociedad consumista de hoy, así se debería de sensibilizar y de movilizar ante la problemática que hoy por hoy se suscita en los hogares, las escuelas y en las universidades de todo el mundo. Hoy, sin embargo, lo que parece acentuarse es esa sociedad en la que como dicen los poetas, “hay mucho perfume, pero poco fijador”.

Es un hecho que hoy las escuelas no logran formar a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes para afrontar los retos de la vida. Es un hecho que hoy el valor “diversión a toda costa”, está muy por encima de cualquier otro valor que implique esfuerzo, responsabilidad o sacrificio. Nos encontramos ante un mundo estudiantil bastante apático, indiferente y egoísta, huérfano de ideales, y condicionado por las adicciones modernas; que brotan sobre todo de las nuevas tecnologías, pero también por las adicciones antiguas y de siempre, aunque con tintes extremos y novedosos.

Lo preocupante de esta “emergencia educativa” es que esta juventud “divertida” pero convertida en irresponsable por nosotros mismos, sus padres, en el plazo de una o dos décadas van a ser los líderes que decidirán la marcha del mundo. Las consecuencias ya, en cierto modo, las tenemos encima: cada vez se pospone más la decisión de afrontar compromisos serios, como el del matrimonio o el de la familia, o bien se asumen irresponsablemente y se rompen con la facilidad con que se rompe un vaso.

La crisis económica que ha azotado a todo el mundo no es más que la consecuencia de la ambición egoísta de unos pocos y del afán de hacer negocio por encima de la ética. Los líderes que brotan en el mundo, cada vez más, brillan por su simpatía, pero son ambiguos en sus ideas y en sus principios. Los héroes de los niños son unos luchadores, uno que otro deportista destacado o unos cantantes bonitos que distan mucho de ser un ejemplo a seguir. A ratos, luce que los medios de comunicación imponen una nueva suerte de héroes en sus paginas o pantallas, cuando las series y notas periodísticas y de investigación, exponen a los capos de la mafia como tales.

Los maestros y las maestras soportan las ocurrencias de sus alumnos que, sin hambre de aprender, buscan prolongar la diversión en las aulas, cuando no tienen que soportar las quejas y las prepotencias de unos papás sobreprotectores y/o descuidados que, pierden el sentido común y son manipulados por sus propios hijos. El panorama no es demasiado alentador; es urgente dedicar esfuerzo, reflexión, voluntad e inteligencia para frenar este “derrame” de talento, y para que al cabo de 10 o 15 años no nos estemos lamentando.

El Papa Benedicto XVI decía en su carta: “Tenemos que aceptar el riesgo de la libertad, permaneciendo siempre atentos a ayudar a los jóvenes a corregir ideas o decisiones equivocadas. Lo que nunca tenemos que hacer es apoyarlos en los errores, fingir que nos los vemos, o peor aún, compartirlos, como si fueran las nuevas fronteras del progreso humano”.

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