Melvyn Aguilar, poeta costarricense "Un Desbocado Animal de la Tristeza..." por Victor Hugo Fernández
UN DESBOCADO ANIMAL DE LA TRISTEZA…
por Victor Hugo Fernández (Escritor y ensayista costarricense)
Solitario, aventurero, siempre buscando, Melvyn Aguilar es un poeta que asume la existencia con tremenda libertad formal, donde igual escribe que produce fotografía, incursiona en el video o en la producción editorial. No existe un ámbito que lo restrinja, asume todos con igual pasión e imaginación, por ello no solo le interesan las palabras, sino también los edificios mediante los cuales la palabra se hace carne.
Siempre está investigando, renovándose, sacando el máximo de provecho posible a cualquier recurso expresivo que se le ponga por delante y le permita comunicarse, o favorecer la comunicación de los demás. En su más clara esencia, Melvyn concibe el ejercicio editorial como un acto creativo puesto al servicio de los autores. Y va mucho más allá del hecho de solamente trabajar el texto, pues también lo ensambla en formatos que no por convencionales dejan de ser novedosos, como son sus revistas –El pez soluble- o sus compendios antológicos, unido a los libros que crea, porque es un creador de libros, a partir de aireadas cajas de texto ricas en espacios blancos, con portadas ingeniosas.
Su poesía se sostiene sobre una sólida cultura formativa, que le permite proponer un cosmos lírico capaz de recoger la esencia de la tradición y, a partir de ella, proponer nuevas formas de decir, apelando a imágenes que son en su esencia una liturgia, una celebración de aquellos resultados que surgen de lo inesperado. Vive dentro de la ciudad, pero al margen ella, entra, sale y la desnuda para cubrirla con la sangre sagrada del verbo transformador, en una alquimia irreverente que permite develar el misterio de lo cotidiano y sublimarlo, sin castigar su sencillez.
Es un desbocado animal creativo comprometido con la belleza, la cual enfrenta tanto en su condición de creador literario como creando libros, que se convierten en vibrantes componentes de un culto que parece haber ingresado en un proceso de extinción. En una época cada vez más digital, Melvyn se aferra al libro como objeto de arte, como objeto de culto que trasmite belleza y que es belleza en sí mismo.
Melvyn es un creador marginal, que disfruta de lo marginal y lo concibe como la antesala de lo renovador, por eso le interesa difundir todo proyecto literario que en su criterio posea calidad, pero que se mantenga al margen de lo aceptado o promovido por las editoriales oficiales y/o estatales. Como él mismo lo afirma, sus proyectos “pretenden recuperar la memoria y soltar las amarras para ir a pescar en las aguas profundas y oscuras de la multiplicidad poética”.
Nacido en Costa Rica en 1966, Melvyn actualmente divide su residencia entre su país natal y El Salvador, donde desarrolla algunos proyectos literarios junto a escritores de ese país. Presentamos para los lectores de Horizonte GT una pequeña muestra de la poesía de Melvyn Aguilar y algunas fotografías producidas por el poeta y fotógrafo Víctor Hugo Fernández.
TREINTA PESQUISAS PARA EL LABERINTO DE ECINUE
“Agora con la aurora se levanta mi luz, agora coge en rico nudo
el hermoso cabello, agora el crudo pecho ciñe con oro y la garganta…”
Fray Luis de León
I
Estamos
a la altura de la centella
-próximos-
al trozo de la noche
donde la diosa trenza su guirnalda.
Son las tres
Ecinue
suenan las antiguas arpas
con su delirio de cobre
hay paz en los sepulcros
magia y gas,
en el luminoso horizonte de la pupila.
II
Altísima la piedra
abre sus fauces de granito,
su vientre cavernoso y sereno,
todo el sur-trópico
–comulga–
en sus humedades
y hay comunión con la altivez
de los helechos,
la más notable obra de los dioses de otros tiempos
exponiendo sus vísceras minerales
sus edades, su memoria.
III
Fíjate bien
Ecinue
alberga en tus manos
– uno a uno–
los secretos del barro,
descifra, en esta hora imposible
los frágiles vestigios
de la concha,
el delicado códice
con que nos habla la osamenta
de los viejos moradores.
IV
He ahí
el indicio,
la chispa primigenia,
que en otro tiempo
–descendiese del aire–
para iluminar
el acuoso universo de tus ojos,
para poblar vertiginosamente
tu carnosa lengua
con palabras.