La corrupción: de lo fácil a lo difícil por Carlos Molina

Aunque no lo parezca, el objetivo principal del combate a la corrupción, no estriba en castigar a los corruptos. Consiste, más bien, en instaurar formas duraderas y firmes de gestión social que reduzcan al máximo la ejecución de actos corruptos.

Resulta fácil indignarse, protestar, condenar, exigir castigos. Pero estas reacciones viscerales, circunstanciales sirven de poco para resolver el problema de fondo. Incluso pueden ayudar a enmascararlo. Ante todo, suelen causar la impresión de que los corruptos son un mundo aparte, ajeno al mundo donde vivimos los demás. Pero esto no es así.

En los países con altos grados de corrupción, ésta penetra por entero la vida social: todos los niveles, todos los ámbitos, todos los rincones. Y allí donde se hace presente desvía recursos, tergiversa el sentido de las actividades, reduce la eficiencia y la eficacia. Opera como un coeficiente negativo, un virus devastador que menoscaba todo lo que toca: los negocios, la política, la educación, las relaciones laborales, los servicios profesionales, etc.

Por estar la corrupción en todas partes, no cabe verla como la prerrogativa de unos pocos. En realidad todos somos copartícipes en ella, ya sea como protagonistas, cómplices, beneficiarios, testigos indiferentes, espectadores negligentes, víctimas resignadas…

Siendo así las cosas, la principal vía resolutiva del problema, no consiste en exigir y lograr el castigo de los grandes corruptos. Esto cuenta, pero no es lo esencial.

Reprimir la corrupción puede producir remezones sociales, incluso de gran magnitud; mas no asegura que al final, concluido el espectacular episodio, se hayan generado cambios positivos y persistentes.

La auténtica solución implica admitir que nosotros estamos involucrados activamente en el problema. El primer paso estriba en aprender a percibir y detectar la corrupción que nos rodea e impregna. El segundo, en hacer un esfuerzo personal para desligarnos de ella, para no auspiciarla en el despliegue de nuestros quehaceres ordinarios. Y el tercero, en combatirla, pero no en abstracto, sino en aquellos espacios donde actuamos y tomamos decisiones: el barrio, la escuela, la iglesia, la oficina, el negocio, el bufete, el consultorio…

La corrupción no se combate con gestos, por grandiosos y masivos que sean. Su desarraigo constituye una tarea de carácter subjetivo e intersubjetivo, que, en lo básico, se cifra en la generalización de la rectitud personal y el juego limpio. Es una tarea que corresponde a todos, pero en particular a las instituciones que desempeñan funciones formativas. 

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Ignacio España1 Comment