La ilustración y por qué es buena para Guatemala por Luis Zurita Tablada

Cuando Adam Smith escribió su famoso libro comúnmente denominado La riqueza de las naciones, antes ya había escrito Teoría de los sentimientos morales, que es el fundamento ético de su magna obra. Smith, tan llevado y traído por estas tierras tropicales, especialmente con eso de la mano invisible del mercado y con eso de la oferta y la demanda, también fue el primero que proclamó el salario mínimo como una política social y de dignificación humana, cuyo objeto es garantizar al proletariado su mínimo vital como base, pero sin techo, de tal manera que a todos se garantice la educación, la salud, el trabajo, la vivienda, el vestido, la recreación y la canasta básica alimentaria, pues la riqueza de las naciones no es la tierra ni los metales, sino el fruto del trabajo organizado por la sociedad y el Estado.

Y para más señas, Smith planteó su convicción sobre el estratégico rol de la educación como un bien público, por lo tanto, como pivote para el engrandecimiento de las naciones y para la elevación del bienestar objetivo y subjetivo de las personas. En estricto sentido, la historia ha demostrado que no hay tarea más importante para una sociedad y un Estado que la educación, a la cual hay que dedicarle los máximos esfuerzos para preparar a todos y a cada uno de los ciudadanos al más alto nivel que el talento de cada quien haga posible, no solo para que cada quien se procure el bienestar personal, sino porque no hacerlo es el mayor de los peligros, porque, siendo el ser humano un animal político, nunca se sabe quién pueda llegar a ser presidente, diputado, alcalde o funcionario…

Los grandes ideólogos de la Ilustración como Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Diderot o Condorcet, soñaron con una humanidad educada, culta y decorosa, porque una y solo una humanidad hay, con la misma dignidad y los mismos derechos. Empero, el agravante ahora es que, mientras la hegemonía teocrática cohonestada con el poder monárquico feudal mantuvo encadenado a Prometeo a lo largo de mil años de oscurantismo, la actual hegemonía mercadocrática cohonestada con el poder republicano burgués le ha dado la espalda a la Ilustración, por lo que ahora está sumiendo a la humanidad en el delirio y frivolidad de la cultura de masas, al extremo que con las falacias neoliberales pretenden reducir al Estado a su mínima expresión policíaca y judicial en beneficio del poder totalizante de las grandes corporaciones mercantiles ---nacionales, transnacionales y planetarias---, cuyo principal objetivo es la ganancia por la ganancia misma y el fomento del individualismo, la competencia y el consumismo, además de la reducción de los impuestos y del incremento de los privilegios fiscales, dejando en segundo plano la justa distribución de la riqueza y el costo socioambiental de tal afrenta, por consiguiente, desdeñando el desarrollo humano integral y transgeneracional sin excepciones, por demás, en total contradicción ética con Adam Smith, el clásico ideólogo de la economía de mercado, quien basaba su ideario en el sentido común y en la empatía, en la capacidad humana para comprender el interés del otro, que tradujo como “dame lo que necesito y tendrás lo que deseas”, y en la convicción de que “ninguna sociedad puede ser próspera ni feliz si la mayor parte de sus miembros son pobres y miserables”.

La Ilustración iluminó el camino del liberalismo, cuyos ganchos fueron la libertad, la igualdad y la fraternidad, como contraparte al feudalismo servil, pero tan cautivantes fueron tales promesas que sumaron a los siervos de la gleba a su lucha, bajo la promesa de que como proletarios vivirían dignamente. Ese fue el germen de la hegemonía liberal y ese es el germen que ha de incubarse para que Guatemala no sea más solo “la patria del criollo”, sino “la patria de todos”.

La modernidad, que comenzara en 1650 y concluyera en 1950, se nutrió de las ideas liberales que vieron hacia el futuro a partir del feudalismo, y cuyo propósito trascendente era diseminar el progreso humano integral y transgeneracional en todos los órdenes de la vida y a lo largo y ancho del mundo. Ahora, en plena posmodernidad (1950 en adelante), el ideal no se ha cumplido a cabalidad, pero sigue siendo un horizonte de espera para todo aquél que siga creyendo que la vida humana vale la pena. Sin embargo, pese a los enormes avances científicos y tecnológicos suficientes para reeditar el paraíso perdido, la desigualdad es la mayor de todos los tiempos, pues la riqueza se ha concentrado en poquísimas manos, a costas de la desestructuración social y de la dislocación de la naturaleza, con lo cual el sueño de Rosa Luxenburgo sigue siendo la utopía incumplida: “construir un mundo en donde todos seamos humanamente diferentes, socialmente iguales y totalmente libres”.

En fin, para el caso guatemalteco el colmo es que en las últimas dos décadas se incrementó la pobreza, tanto la general como la extrema, dado que, siguiendo las palabras del académico y escritor guatemalteco Fernando González Dávison: “hay una organización económica con cierta autonomía que hace funcionar la sociedad sin necesidad de la clase política, que más bien entorpece el desarrollo social, económico y político, en lugar de orientar y asegurar la actividad del conjunto y dar seguridad a todos, como una sociedad normalmente cohesionada”.

He ahí, entonces, el desafío histórico y estructural. Empero, para enfrentarlo, sobrellevarlo y superarlo se necesita de un gran esfuerzo político consensual y una fuerza política que le dé al pueblo no solo un sentido de orientación, de dirección y de futuro, sino también un sentido de comunidad, de estructura y de significado…

El fin último es a la vez un reto: construir un Estado de derecho; sí, pero también social, porque a todo guatemalteco ha de garantizarse las mismas posibilidades de superación y progreso en todo el sentido de la palabra desde el momento mismo de la concepción y sin ninguna excepción, y, por supuesto, ese Estado ha de ser multicultural, porque Guatemala es una sociedad tecunhumanista: confluencia del humanismo ancestral mesoamericano y del humanismo cristiano occidental.

De ahí que ese Estado de derecho, social y multicultural, ha de garantizar las condiciones objetivas y subjetivas y proveer los satisfactores axiológicos y existenciales necesarios para que todos los ciudadanos puedan expandir su espíritu, desarrollar su totalidad humana, abatir la pobreza, establecer relaciones de cooperación entre congéneres y de armonía estratégica con la naturaleza, especialmente este último aspecto porque es la base de todos los proyectos, lo cual implica una racional interconexión, interrelación, interdependencia y retroalimentación con lo otro que no es humano, pero siente, cual ser vivo que es, y con ese otro que no es un ser vivo, pero cuya sustanciación material ---inorgánica y orgánica--- no solo son esenciales para la supervivencia de la vida en general, sino que trascienden al ser humano en tiempo, espacio y potencial, dado que, mientras el ser humano necesita de la materia, la materia no necesita del ser humano.

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Ignacio EspañaComentario