Neurociencia por Olmedo España

La neurociencia, cada vez más avanza con  resultados importantes  de lo que hacen sus investigadores. Hace unos días hice una lectura acerca  de estos temas, particularmente del  doctor en Neurociencia por la Universidad de Oxford, Francisco Mora, del libro Neurocultura: una cultura basada en el cerebro, en el cual, entre muchos aspectos, se pregunta “¿se puede realmente empezar a hablar de una cultura que basada en los conocimientos que aportan las ciencias del cerebro pueda llegar a conformar un modo nuevo de pensar, de cambiar los estilos de vida, de cambiar el conocimiento y concepciones de la economía y el arte e incluso desafiar las concepciones religiosas establecidas”?

En este mismo sentido, cita Mora a Semir Zeki  en  uno de sus trabajos que está “convencido de que no puede haber una teoría satisfactoria del arte y la belleza que no tenga una base neurobiológica. Toda actividad humana,  es en último término un producto de la organización de nuestros cerebros y sujetos a leyes”.

Y esto es lo que se llama neurocultura. Esencialmente significa una reevaluación lenta de las humanidades o, si se quiere, un reencuentro, entre ciencias y humanidades. Se trata de un de un encuentro entre la neurociencia, que es el conjunto de conocimientos sobre cómo funciona el cerebro. O sea, la neurociencia, a la luz del proceso evolutivo del ser humano, está desentrañando los mecanismos que elaboran el funcionamiento del cerebro y con ello llegando a conocer cómo percibe, y posiblemente construye la realidad que nos rodea.

Esto nos conduce, a establecer una relación, afirma el doctor Mora,  entre ciencia y humanidades. Interesa por lo tanto, conocer cómo funciona el cerebro humano (ciencias) lo cual debe permitirnos entender mejor los productos de  las humanidades. Ciencia y humanismo se convierte así, en una unidad. En un solo árbol del conocimiento desde las raíces y tronco hasta las ramas y las hojas.

Siendo entonces, explica,  que la neurociencia es una ciencia experimental que tiene y utiliza todas las herramientas del método científico, tiende a explicar el cerebro  de cómo funciona y el cerebro entendido como el órgano que recibe    estímulos del medio ambiente y con los que elabora  la realidad que nos circunda, gracias a los códigos de funcionamientos construidos a lo largo de cientos de millones de años. Así, señala que la relación con las humanidades, entendidas éstas como el arte, la literatura, la filosofía, la lingüistica, entre otras, deben  establecer un dialogo entre neurociencia y humanismo que nos facilite entender de mejor manera la esencia del mismo ser humano.

La convergencia entre neurociencia y humanismo, continúa en su análisis el mismo autor,  nos debe llevar a un nuevo marco de referencia en el pensamiento y las ideas, que acerque a iluminar mejor viejos problemas y con ello a despejar sombras en las concepciones que tenemos de nosotros mismos y nuestras relaciones con la sociedad. Todo esto nos conduce a pensar, afirma el doctor Mora,  acerca de la  neurofilosofía, neurosociología, neuroeconomía, neuroética. Precisamente con este último apartado, la pregunta es, acerca del origen de la ética, o sea, como indica Francisco Ayala, en su trabajo La Naturaleza Inacaba,  que “La pregunta de si el comportamiento ético está determinado por nuestra naturaleza biológica ha de ser respondido afirmativamente ya que su constitución biológica determina la presencia de tres condiciones.  Primera, la capacidad de anticipar las consecuencias de las acciones propias. Segunda, la capacidad de hacer juicios de valor. Tercera, la capacidad de escoger entre líneas de acción alternativas”.

El término neuroética, que ya se empieza a debatir, se le atribuye al periodista  William  Safire, quien la definió “como el campo o rama de la filosofía que discute lo correcto e incorrecto de un tratamiento de, o las potenciación de, el cerebro humano”.  En el mismo sentido, A. R. Jonsen, afirma que la “Neuroética es una nueva disciplina o continente inexplorado que se encuentra situado entre las dos ya populosas orillas de la ética y la neurociencia”.  Y otros, como Michael  Gazzaniga, afirma que la neuroética, es “el examen de cómo queremos manejar los temas sociales de la enfermedad, la normalidad, la moralidad, los estilos de vida y la filosofía de la vida acorde a nuestro conocimiento de cómo funciona el cerebro y con ello poder ayudar a  mejor definir propiamente lo que significa ser humano y cómo podemos y debemos interaccionar socialmente. Es un esfuerzo de cómo alcanzar una filosofía de la vida basada en el cerebro”.

En términos generales, tal y como dice Francisco Mora, “la neurociencia de la ética sería  el corazón de lo que entendemos por neuroética. Es decir, de los  circuitos cerebrales y su actividad que dan como resultado al ser ético y moral. En sus raíces, la neuroética tiene su pilar básico, más robusto,  en la aceptación de que lo que hoy llamamos ética depende en toda su dimensión, del funcionamiento del cerebro y en particular,  de ciertos sistemas cerebrales trabajando en contexto social”. En términos generales, señala este autor, que esto encierra también los peligros de la manipulación y experimentos con el cerebro humano. Pero esencialmente es el estudio, “de los procesos cerebrales que dan producto el razonamiento, el sentimiento y el comportamiento ético humano, es la neurociencia de la ética”.

Estas pinceladas nos conduce a la pregunta de cómo desde la neorocultura podemos hacernos acerca de hacia dónde va la humanidad lo cual  nos orienta a profundizar en el conocimiento del cerebro humano entendiendo, que este, es lo que ha hecho posible las diferentes maravillas que ha creado y construido el ser humano, como la Capilla Sixtina, pintada por el genio Miguel a partir de 1508, la música portentosa y celestial de Beetoven, el diseño y viajes al espacio, entre miles de cosas que han beneficiado a la humanidad, sin olvidar la contraparte, la maldad y la agresividad que es la antítesis del humanismo.

Los descubrimientos de  la neurociencia y de los procesos cognitivos, nos lleva al reconocimiento de nuestra total biología y a nuestra total orfandad de un más allá ¿Dónde queda entonces esa mirada alargada, infinita, con que muchos humanos miran el cielo que nos cubre? Se pregunta Mora. “¿O nos resignarnos concluye  Churchland, a vivir sin absolutos universales, y en la felicidad efímera de nuestra propia humanidad? No los sé. Pero estoy convencido de que la luz que provee la ciencia puede iluminar las sombras de nuestra humanidad, aun cuando siempre quede el gris palpitante en esa mirada al futuro dejando un cuadro de incertidumbre”.

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Ignacio EspañaComentario