Carlos Molina - Valores éticos inherentes a la práctica científica

Veracidad: Supone un sujeto especialmente sensible para apreciar el valor de la verdad, de lo cual deriva un fuerte compromiso personal con ésta en dos direcciones: por una parte, la realización de esfuerzos para establecerla (distinguiéndola del prejuicio, la opinión, el rumor, la convicción subjetiva...); y, por otra, el coraje de afirmarla y mantenerla aún cuando esta forma de actuar imponga importantes costos.

Transparencia: Actitud que lleva a la persona a presentar a los demás, en relación con asuntos significativos, todos los elementos de juicio de que ella dispone, a fin de que aquéllos puedan realizar su propio escrutinio de los asuntos en debate.

Gestión escrupulosa de la labor investigativa: Estricto cumplimiento de las cautelas y exigencias metodológicas, así como de las fases procesales demandadas por la índole de la labor asumida. Comporta mantener a raya las tentaciones complementarias de incurrir en el autoengaño y de transitar por el camino fácil. Para ello hay que evitar, en especial, las conclusiones prematuras, los simulacros de búsqueda que portan en secreto sus propios resultados, las prácticas puramente confirmatorias, los sesgos en el acopio de información, las tácticas que permiten acallar disidencias e invisibilizar dificultades.

Criticidad: Se aplica a los campos en los que uno es intelectualmente competente, por lo menos en la medida necesaria para poder emitir opiniones fundadas. Consiste en adoptar una actitud inquisitiva ante las versiones establecidas. Implica colocar signos de interrogación a las afirmaciones (o negaciones) que suelen pasar por indubitables. Envuelve el no aceptar como verdadero (ni siquiera como probable o verosímil) ningún enunciado relevante sin haberlo sometido a previo examen. El objeto principal de esta mirada escudriñadora, ha de ser el propio trabajo investigativo y las posiciones que uno suscribe.

Respeto a las posiciones adversarias: Es preciso entender, en sus propios términos, las posiciones que no se comparten. De no ser así, se atacaría, no a ellas, sino a su fantasma o caricatura. Sobre esa base tan endeble, sólo sería posible difamar o calumniar dichas posiciones, pero en ningún caso refutarlas ni reducirlas a los límites de su validez. Por este camino no se avanzaría ni un ápice en la tarea de consecución de la verdad.

Lealtad con los colaboradores: Ser leal con los colaboradores significa ante todo no reducirlos al papel de comparsa indistinta e irrelevante; respetar su trabajo, reconocer su valía y sentir gratitud por sus contribuciones. Esto supone discernir sus aportes, patentizarlos, saber apreciarlos; no pretender monopolizar los méritos, ni creerse el único dotado de la capacidad de pensar; estar dispuesto a admitir cuánto se debe a otros y a compartir con ellos los honores y las recompensas. ¿Con quiénes? Con los autores inspiradores, con nuestros maestros, los colegas, los asistentes, los estudiantes, la pareja, los interlocutores críticos… Actuar de este modo refuerza en los otros la conciencia de su propia eficacia, eleva la capacidad del grupo para trabajar en equipo, procura genuino liderazgo a los conductores de un proyecto, alienta la confianza mutua, facilita la comunicación, disminuye los recelos y las reticencias.

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Ignacio EspañaComentario